Cientos de familias de la sierra de Chihuahua se han visto obligadas a abandonar sus hogares, víctimas del terror y la violencia, mientras buscan seguridad en otras comunidades. El albergue Ódami Ogadügo Sosoitigami (Padre de los pobres), que ha sido un refugio para los niños y jóvenes desplazados, está en busca de un nuevo espacio en la ciudad para continuar con su misión educativa y brindarles un entorno seguro.
En comunidades como El Pinito, en el municipio de Guadalupe y Calvo, los habitantes, en su mayoría hablantes de la lengua ódami, han tenido que adaptarse a una nueva cultura y luchar por ser escuchados por las autoridades. Muchos de los que aún permanecen en las rancherías de las seccionales de Dolores y Baborigame viven momentos de terror, ya que los alimentos escasean, los animales mueren y las bombas lanzadas por drones no cesan, afectando viviendas y cuerpos de seguridad.
El lunes pasado, los gobiernos estatal y federal desplegaron las Bases de Operación Interinstitucional (BOI) en zonas como El Zorrillo, Dolores y El Pinito, donde fueron atacadas con bombas lanzadas por drones. Estas bases están integradas por la Fiscalía General del Estado, la Seguridad Pública Estatal, el Ejército Mexicano y la Guardia Nacional, quienes también fueron atacados recientemente en el camino entre El Carneto y Mesa de la Vaca.
Mientras tanto, miles de familias en comunidades como El Pinito han soportado durante meses la constante violencia y las detonaciones de armas de fuego. Desde 2019, el albergue Ogadügo Sosoitigami ha atendido a niños y jóvenes varones desplazados, brindándoles educación básica, apoyo psicológico y espiritual. J.M, uno de los encargados del albergue, mencionó que el 90% de los estudiantes son de la comunidad ódami, el 2% rarámuri y el resto mestizos. “El trabajo que nosotros realizamos es educación y asistencialismo. Les brindamos una educación integral”, explicó J.M, quien también es presidente de la asociación.
El proyecto comenzó en 2019 con dos niños y creció hasta atender a 25, gracias a la donación de un terreno en comodato donde se construyó un espacio adecuado para los jóvenes. “Atendemos a los jóvenes en su espacio y los niños tienen el suyo”, añadió J.M. Aunque la situación de desplazamiento masivo obliga al albergue a mudarse a la ciudad, su misión sigue siendo ofrecer educación y esperanza. “No perdamos la esperanza de que, de todo esto, saldrán buenos resultados”, afirmó.
Las comunidades de Guadalupe y Calvo viven en un constante estado de incertidumbre, mientras se enfrentan a la violencia, el despojo de tierras y la indiferencia de las autoridades. Aunque muchos se han acostumbrado a vivir bajo el estigma del narcotráfico, aún luchan por mantener su dignidad en un territorio marcado por el miedo y la falta de seguridad.