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Fernando Valenzuela: un legado inolvidable en el béisbol mexicano

Considerado uno de los mejores deportistas en la historia de México, Fernando Valenzuela, conocido como “El Toro”, falleció el 22 de octubre, dejando un legado imborrable en la memoria de los aficionados al béisbol. Su impacto en las ligas mayores de Estados Unidos dio origen a la icónica “Fernandomanía”.

Valenzuela nació el 11 de noviembre de 1960 en Navojoa, Sonora. Inició su carrera con los Mayos de Navojoa y pasó por equipos como las Águilas de Mexicali y los Naranjeros de Hermosillo antes de llegar a las Grandes Ligas. En una entrevista, recordó: “A mis padres nunca les gustó el béisbol… pero mis hermanos… eran los que jugaban”.

En 1980, se unió a los Los Ángeles Dodgers, donde brilló durante diez años. Ganó dos Series Mundiales (1981 y 1988) y perfeccionó su famoso tirabuzón, consolidando su legado. Su ascenso fue meteórico; en 1981, fue nombrado Novato del Año y ganador del Cy Young, y participó en seis Juegos de Estrellas consecutivos.

“Considero que es uno de los momentos más importantes de mi carrera… si las cosas hubieran salido mal, no sabemos si hubieran seguido habiendo más oportunidades”, expresó sobre su debut.

Tras dejar los Dodgers, jugó para otros equipos, pero su récord final de 173-153 y un promedio de 3.54 carreras limpias lo establecieron como una figura legendaria. Mike Brito fue quien lo descubrió en 1978, durante un partido donde Valenzuela ponchó a 12 bateadores, captando su atención.

Su popularidad fue tal que Ronald Reagan ofreció un almuerzo en la Casa Blanca en su honor, junto al presidente mexicano José López Portillo. Tras su retiro, recibió un homenaje especial de los Dodgers, rompiendo su política habitual de homenajear solo números.

Valenzuela continuó en el béisbol como comentarista, aunque se retiró en septiembre por razones de salud. Su fallecimiento se dio justo antes de la apertura de la Serie Mundial, a la edad de 63 años.

Su legado permanece en el corazón de los aficionados y en Cooperstown, donde se exhiben artefactos de su carrera, incluyendo una pelota autografiada de su juego sin hits en 1990. A pesar de nunca haber sido elegido al Salón de la Fama, su influencia y popularidad en el béisbol son innegables.

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